]Efemérides
y saldos[
“La novela del yo”
Alejandro García
Esto no significa por fuerza que nada exista fuera de
mi cerebro, sino que sólo conozco el mundo exterior tal como se representa en
mi cerebro.
Jorge Volpi
Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción (México, 2011, Alfaguara, 165 pp.) enmienda
una carencia dentro de las visiones de la literatura, por lo menos en nuestro
país: la de las ciencias cognitivas y la que incorpora por ende, el basamento
cerebral de todas las actividades humanas y su evolución, sobre todo las
correspondientes al llamado mundo del alma o del espíritu o de la conciencia,
que no tiene una base de actividades a la vista y que curiosamente son las
primeras que escapan a lo que parece de Pero Grullo: si el hombre es capaz de
producir arte, ciencia, filosofía (ideas o sistemas de interpretación
expresadas mediante lenguaje), es porque el hombre tiene algo en su interior
que lo hace posible. Ni hablar, el corazón habrá de quedarse en metáfora y
entronizar al cerebro y su red articulada, su sistema de espionaje, por todo el
cuerpo (casi simultáneamente a este libro de Jorge Volpi ha aparecido La mente el escritor de Bruno Estañol, a
quien ya tendremos tiempo de revisar, pero que a ojo de buen cubero lleva más
la meditación a la escritura desde fuentes —que no entrega siempre al lector—
menos relacionadas con el cerebro).
Steven Pinker ha mostrado
la polémica entre la tabla rasa y su negación, entre el buen salvaje que
gracias a la civilización puede cambiar su vida instintiva con sólo la
imitación y la enseñanza, como si se le pudiera cambiar el cassette de acuerdo
a las intenciones de los hombres. El lenguaje entraría en esa naturaleza
rústica, encontrada, paradójica, para mejorarla y llevarla a la práctica del
bien y de la mejora de la especie.
La otra visión habla de
una estructura evolucionada sin la cual no es posible el mundo actual y el
hombre mismo. Hace un lado la bondad y la maldad. Desde el cerebro y sus
diversos módulos se ve, se interpreta y se transforma el mundo, en una labor
individual y colectiva y en donde Dios habrá de contentarse con la enunciación
de su nombre o su innombrabilidad. Hay en este enfoque una evolución del
cerebro (la unión de los dos
hemisferios, por ejemplo) ligada a la facultad del lenguaje que a su vez
influye en la estructura biológica.
El libro de Jorge Volpi sintetiza
las teorías de Daniel Dennett (conciencia), de Richard Dawkins (memes), de Giacomo
Rizzolatti (neuronas espejo): La magia
singular de las neuronas espejo radica, sin embargo, en su capacidad para
activarse sin depender de un acontecimiento real —pensar en alguien equivale a observarlo—. En otras palabras: para
ponerme en tu sitio, para ser tú por
un instante, lo único que tengo que hacer es imaginarte. Al hacerlo, te copio,
te arremedo, y mi cerebro intenta adentrarse así, de pronto, en tu impenetrable
magma interior (p. 119).
Luego aborda el libro de
Hofstadter (Gödel, Escher, Bach un eterno
y grácil bubcle) en donde amalgama ciencia y arte, mundo y representación,
regularidades e irregularidades y en donde el mundo de la relatividad se
impone. Todo dentro del bastidor de la disputa entre Descartes y Crick: pienso,
luego existo o existo como hombre gracias al cerebro y sus evoluciones.
Volpi lleva la discusión
a la literatura y particularmente a la ficción. La examina desde diversos
puntos de vista. Esto es importante, porque además de incidir en un territorio
novedoso, abre la cancha en cuanto reflexión literaria, su función y su
utilidad, lo que se agradece en un país donde la polémica es cada vez más
ausente y donde el protagonismo suele cancelar cualquier aire fresco o idea innovadora.
Volpi se pone
inteligentemente militante y argumenta que la ficción es parte de nuestra vida,
que la visión de mundo y el mundo de las ideas están en el cerebro, que desde
allí se aprecia el universo entero y que la literatura es ese espejo que
conforma otro mundo y lo matiza y lo corrige y lo proyecta al pasado y al
futuro.
El hombre mueve sus ideas
al leer, mueve sus apreciaciones al entrar a mundos imaginarios, no es casual
que Hamlet, Quijano, Bovary, Karenina, Bloom, Páramo, están entre nosotros y
contribuyen a comprobar: “El yo es
una novela que escribimos muy lentamente, en colaboración con los demás” (p.
73).
Lloramos porque nos duele,
lloramos porque vemos llorar, lloramos porque recordamos ver a otros llorar,
lloramos porque nos recordamos llorando, lloramos porque alguna vez no
lloramos, lloramos porque vemos llorar a seres imaginarios, lloramos porque nos
recordamos vernos llorar frente a seres inexistentes que lloran e incluso somos
capaces de llorar en lo imposible, en el futuro y en la misma eternidad: el
cerebro trabaja.
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