]Efemérides
y saldos[
La diferencia y el conflicto
Alejandro García
No basta con decir “las cosas andan mal pero no
importa, yo sigo adelante”. Es necesario aceptar que están mal y analizarlas
con el intelecto. Y sobre la base de este análisis construir un movimiento
basado en el optimismo, la capacidad y el deseo de cambiar las cosas
Edward W. Said
La pluma y la espada (México, 2005, 2ª
edición. Siglo XXI, 169 pp.) es un libro de conversaciones de David Basarmian
con el intelectual palestino Edward W. Said. Incluye entrevistas que van de
1987 a 1994 y una introducción de Eqbal Ahmad. Said ha sido una voz
importantísima para comprender la situación de Palestina a lo largo del siglo
XX, en particular a partir de 1948 con la división del territorio bajo dominio
inglés y la posterior disputa entre árabes
e israelíes. Disputa en la que no suelen aparecer los palestinos en el
lugar que les corresponde.
Said nació en Jerusalén (1935) y tuvo que irse a vivir
a Egipto y a Líbano. Estudió en las universidades de Princeton y Harvard. Murió
en 2003 en Nueva York tras una larga lucha con la leucemia. Fue miembro del
Consejo Nacional Palestino, con el cual rompió después de los Acuerdos de Oslo.
Consideraba que un mejor acuerdo podría haberse conseguido desde la época
Carter y que Arafat lo había logrado en un momento en que su debilidad era
evidente y la parcialidad hacia Israel abrumadora: nunca se habló del retiro de
Israel ni del reconocimiento a los palestinos.
En cambio si se reconocía a Israel y a la OLP (no a Palestina y mucho menos el derecho a
formar un Estado palestino) en un triunfo pírrico para la organización que
sacrificaba lo más por lo menos. Otra vez en condiciones de igualdad, las
desigualdades eran abrumadoras y la formalidad de la ley triunfaba sobre la
informalidad de las injusticias humanas.
Said ha planteado la comprensión y el reconocimiento del Otro en toda su complejidad y ha luchado
por erradicar los lugares comunes que estigmatizan la diferencia, las luchas
propias. Mientras el mundo salía del colonialismo y los imperios se retiraban
de los territorios e incluso en Sudáfrica se lograba la defenestración del apartheid,
en Palestina se vivía una lucha constante en donde los malos y los pendencieros
eran los árabes y los buenos y constructores eran los israelíes:
“Se presta muy poca atención a las otras
formas de fundamentalismo. Por ejemplo, existe el fundamentalismo judío: Israel
es un país fundamentalista, en muchos sentidos tan aterrador, un no judío, como
lo es Irán. Esto jamás se discute”
(p. 81)
Se daba la curiosa situación de que el pueblo de víctimas victimizaba a
nuevas víctimas y en defensa de su espacio lo aumentaba y lo mostraba como
defensa propia. A la mitologización del Holocausto se agregaba la
mitologización del progreso y de la productividad.
Said ha señalado esa construcción de la percepción ante el mundo
occidental. Se trata de legítima defensa, es un acto más contra la barbarie. La
diferencia radica en las condiciones de vida entre uno y otro grupo y en los
intereses económicos que son prioritarios para los judíos y para los intereses
norteamericanos. Los palestinos son un estorbo para el libre comercio con los
otros pueblos árabes.
Se muestra así un escenario complejo en donde lo mismo los israelíes
crecen estratégicamente cobijados por los Estados Unidos que los palestinos se
arropan en una clase terrateniente que existe detrás de la mala cara y de las
armas rebeldes.
Said critica a la resistencia palestina, se autocritica, separa árabes de
musulmanes, militantes de población civil y nos hace ver que hay millones de
palestinos refugiados en países vecinos o sometidos a condiciones de
supervivencia extrema dentro de los territorios ocupados. Pero palestinos
también hay en Israel: adscritos al establishment, parte de una inteligencia de
soporte al orden israelí, ciudadanos sumidos en el estupor y jalonados por la
disonancia cognitiva, y desde luego como encubiertos aspirantes a detonar el
sistema de dominación.
Israel se ha establecido mezclando la diplomacia y las armas, la
convicción y la fuerza. Ha derrotado a los árabes y en esto los palestinos
siempre han sido los débiles, no sólo los ocupantes del territorio objeto sino
los que se quedan una vez que los aliados han sido vencidos. Queda una
resistencia caótica, callejera, de cuerpo a cuerpo, en donde la propaganda
construye los mejores escenarios para la reivindicación del mundo occidental.
Said ha luchado, primero, por contrarrestar esos lugares comunes, por dar
pasos firmes para dar a conocer una lucha legítima e influir para que las
decisiones no sean producto de una falsa percepción, de un interés ciego:
Por eso la cita de Cesaire es tan
importante: una visión en la que hay cabida para todos. ¡Por qué tiene que
estar el uno sobre el otro? ¡Por qué alguien tiene que llegar primero y empujar
al resto en la reunión de la victoria? (p. 59)
La estigmatización encubre el valor de la diferencia y con su piel de
buena moral, a la larga, sólo aviva el conflicto.
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