]Efemérides
y saldos[
Ida y vuelta del abismo: Postales a casa
Alejandro García
Porque en mi diario empeño no he podido lograr
hacerme abismo y que la estrella amada,
al asomarme a mí, pierda pisada.
Ramón López Velarde
Creemos que el viaje es un acto mágico que supone
la distancia o el final de nuestros cuerpos. Partimos para morir y renacer en
la extensión de nube y cielo asignada a nuestra ventanilla.
Yolanda Alonso
Primer
viaje
Soñaba con ser
piloto y viajar, pero sin jamás dejar caer la novedad y la extrañeza. El piloto
ya sabía de las caídas del entusiasmo, Ella sólo las evitaba. Ir a otra ciudad,
vivir la soledad y la plenitud del pensamiento, la intrusión y la
inculcación-incorporación de la escritura, viajar desde una casa, pendiente de
un balcón, avanzando en el dominio de la territorialidad de otros, sujeta a la
ventanilla y ansiosa por los ruidos de la vida: los encuentros amistosos,
amorosos e iniciáticos.
Volver. Llegó la llamada de emergencia: enfrentarse al pasado, probar la calidad
de la fragua interna, la realidad del presente, las casas y la ciudad que la
habitaron calladas durante el viaje o bien se incorporaron apenas su pie tocó
el terruño, a las tres Yolandas, tres generaciones, a las dos Yolandas, la
madre enferma y la hija protectora, a la Yolanda única, acercándose a la madre,
descifrando a la abuela, matizando al padre, a la familia, a la diáspora. La
heroína contemporánea ha triunfado. Ella es. Y colorín colorado…
Segundo
viaje
En Postales a casa (México, 2012, Texere,
134 pp) de Yolanda Alonso (Zacatecas, 1986) el viaje completa, el entusiasmo y
la apertura de la primera fase, su mayor prolongación, cede respetuosa su
experiencia al dolor al dejar ir a la Yolanda madre, pero una vez que se ha
tocado, entendido y reconciliado con la hija. Hay un cambio cualitativo porque
se sospecha que entre en la abuela y la madre no hubo tal fortuna. La primera
etapa ha servido de impulso, de catapulta para crecer y soportar el regreso a
la muerte de una y la obligación de vivir de la otra.
En “De ida” habita otra ciudad, establece nexos, se aleja de sus raíces y
funda un territorio, maleable, escurridizo, ajeno, pero territorio al fin, en
avance frente a otras presencias, sintetizando la compañía que sólo se alude o
que bien se siente fluir más que estancarse.
Después viene “De vuelta”, la más intensa, al encuentro de las tres
Yolandas, de las dos Yolandas, de una Yolanda, la heredera, la amortajadora, la
madre siendo hija. La última paga la cuenta, carga la herencia, prolonga la
estirpe.
La postal cambia, se interioriza, o más bien encarna cerca de Yolanda,
vuelta del viaje a encontrar a la madre enferma y después incontrovertiblemente
muerta. El viaje gira en torno a la superación del desencuentro, de la
distancia.
Cuando la madre muere el viaje se completa, para Yolanda madre como polvo
y ceniza, para Yolanda hija como superación de lo antes incomprensible:
[Quisiera] llorar
porque nunca estuviste tan presente y tan cerca como ahora.
El viaje es iniciático, siempre imprevisto, siempre maravilloso.
Tercer
viaje
Alonso se mueve
en la paradoja y en la ambigüedad. El viaje de la lectura nunca está sujeto a
la causalidad y a la consecuencia y los referentes son insuficientes. Su
soporte está en la aventura, en la búsqueda, en la construcción no pesada,
leve, de lo definitivo, sino en las posibilidades y en el juego, en el tendido
de puentes. Una postal es un atisbo, un momento, un chisporroteo, una imagen y
varios mensajes. Importa la travesía que está detrás de la estampa, pero
importa también la ruta del lector, sus desencuentros, sus relaciones con la
ventana que permiten sus nexos con el mundo.
Impera la inasibilidad. ¿A quién van dirigidas las postales? ¿Cuál es la
casa? Cuando sale de la entraña territorial renuncia a ella y funda otra y
entonces ¿qué sentido tiene mandar una postal a la casa deshecha o a la casa
que habito? Cuando se han entendido, la madre muere, la historia feliz se
esfuma y golpea con brutalidad.
De modo que la lectura del libro no es sencilla, pero puede tener un asidero
en la respiración, en la intensidad, en las palpitaciones. Se viaja
desprotegido, como Ella, pero con el
afán de “conocer y disfrutar”,
propósitos del viaje.
Se anda y se desanda por el abismo no con la visión de caída y elevación,
sino a la manera de los cuadros de Escher, donde la sima puede ser tobogán y la
cima un callejón sin salida.
Voy y vengo, decían los abuelos de mi generación. Rica expresión que lo
mismo incluye la sucesión de ir y regresar, que la simultaneidad de salir y ya
estar de vuelta. Esto es posible, porque mientras se camina la mente cubre su
propio viaje. Así también en Postales a
casa predominan los múltiples viajes simultáneos. Desde aquí saludo su
venturosa aparición.
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