]Efemérides
y saldos[
¿Cuándo vendrás por mí, terca nostalgia?
Alejandro García
Él me preguntó
si yo no nunca sentía nostalgia. No supe muy bien qué responder; en cambio, el
doctor Selwyn, después de reflexionar un poco, me confesó —ésta es la palabra justa—
que en el transcurso de los últimos años la nostalgia lo embargaba cada vez
más.
W. G. Sebald
Me
pregunta un estimado amigo si algo dentro de la Feria del Libro me ha
sorprendido. Le digo que no. El último día entro a un local de saldos y me
encuentro con Said, Beckett, Sebald. Los
emigrados¸ la edición de Debate (Barcelona, 5ª edición, 2003, 286 pp), la
que yo recordaba, en pasta dura. También Vértigo.
Elijo la vida de estos desconocidos, cuatro muertos a merced de la nostalgia o
de la incapacidad de olvidar, no se sabe
bien a bien qué es lo prioritario. Salvo este abrazo de la fortuna la versión
de este magnífico libro está a nuestro alcance en Anagrama. Es la misma
traducción.
Sebald despliega la vida de cuatro judíos, pero su
intención no gira en torno al holocausto, sino a la emigración, al arrebato de
la tierra y el arribo a otra en que se vive. Nunca se sabe de cierto si algo de
lo que se dejó en el origen llama al dolor o si se trata de algo intermedio,
algo conseguido después que luego se perdió y logró un contraste que lanza
inevitablemente a dejarse morir. Puede tratarse también del retiro de una lucha
que se sabe perdida.
Junto con los personajes está el reconstructor, ese
viajero que va tras las vidas de los personajes como los muertos detrás de él.
Y en cada uno de los cuatro casos hay testigos, personas que dan su versión
acerca de esos personajes que son recordados desde la muerte. Algunos, más que
testigos son compañeros de travesía que pudieron ser agudizadores de la
nostalgia.
El doctor Henry Selwyn recuerda cómo salió de Lituania
y pensando que llegaba junto con numerosos emigrantes a Nueva York, llega a
Londres. Allí radica su nostalgia, cuando tiene la vida resuelta, una mujer
rica, una vida lograda; sin embargo, está también el incidente de aquel amigo,
el mejor de la vida, que se hundió en el glaciar suizo y sólo emerge cuando Selwyn
ha muerto, al pegarse un tiro en el mentón, como extraña y macabra compensación
en el juego de las energías.
Paul Bereyter se lanza a las vías del tren. El profesor
inolvidable, esa especie de guardián entre el centeno que protege a la
infancia. Durante los años del nazismo es obligado a retirarse de su cargo.
Regresará a la patria después de servir en el ejército y será reinstalado en su
puesto, pero algo se habrá fracturado, acaso ese silencio que se tiende en
torno a la derrota y al pasado inmediato que impide que la gente remiende sus
heridas.
Ambros Adelwarth termina viviendo en los Estados
Unidos, después de diversas aventuras en Suiza. La mayoría de la familia ha
tenido que emigrar en distintos momentos a América y el nexo con Alemania es
cada vez más tenue. En el nuevo continente estará al servicio de una familia
importante, los Solomon. Adelwarth establece una íntima relación con Cosmo
Solomon, hijo único, y se dedican a viajar por Europa y Medio Oriente. Ambros
no tuvo infancia, muy pronto salió de su tierra y al final de su vida, voluntariamente,
se presenta a que le den electrochoques.
Es la antesala de la muerte. ¿Adelwarth pretende revivir el martirio de
Cosmo en la depresión permanente después de la guerra o es su propio infierno
el que purga?
En realidad aquella docilidad, como ya
entonces empecé a intuir, no se debía a otra cosa que a la ansiedad de tu tío
abuelo por borrar del modo más radical y definitivo posible su capacidad de
pensar y de recordar.
Max Ferber es un pintor que vive en Manchester. Morirá
de enfisema pulmonar. Encuentra en la ciudad inglesa la pausa necesaria. Se
niega a ir a Nueva York. El viajero se enterará de la suerte de sus padres,
impedidos de salir de Alemania. Él lo alcanza a hacer, con humillaciones
incluidas, pero el padre y la madre morirán en los hornos nazis. Queda, como
contrapunto, el cuaderno de la juventud de la madre, su capacidad de
deslumbramiento frente a la vida. Farber morirá de enfisema pulmonar, lo habrán
alcanzado sus muertos o la incapacidad para desocupar la nostalgia.
Prácticamente todos los personajes han tenido que
salir, muestran el dolor o la resignación ante el terruño arrebatado, pero
Henry, Paul, Ambros y Max son acaso alcanzados por ese fuego, el absurdo, del que
hablara Albert Camus, esa energía que nos habita y que tarde o temprano nos
aniquila. No construyeron ellos ese mal, lo heredaron de otros, lo obtuvieron
como castigo, lo cargaron como imposibilidad de lograr la felicidad:
Paul, según manifestó Landau, durante mucho
tiempo no estuvo muy al corriente de lo que había ocurrido en S., en los años
1935 y 1936, y tampoco quiso escarbar en un pasado cubierto de grandes manchas
oscuras. Tan sólo durante su última década de vida, que pasó en su mayor parte
en Yverdon, la reconstrucción de aquellos acontecimientos, dijo Madame Landa,
cobró una importancia vital.
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