—Basta con que me demuestre que ha nacido en los
Estados Unidos…
—No puedo probar nada en absoluto, ya que mi
nacimiento no fue registrado.
—Bueno, pero eso no es culpa mía.
—Parece que usted duda incluso de que yo haya nacido,
señor.
—Exactamente, amigo; aunque pueda parecerle una
tontería. Dudaré de su nacimiento hasta que no me presente un certificado de
nacimiento. El hecho de que usted se encuentre sentado frente a mí, no prueba
su nacimiento.
B. Traven
El barco de la muerte (Barcelona, 1993. Montesinos, 429 pp.) narra las aventuras de Gerard
Gales, un marinero norteamericano que parte de Nueva Orleans en el buque Tuscaloosa y llega a Amberes; luego de
una noche tormentosa con una chica, pierde su nave, sus documentos de identidad
y sus pertenencias; vagabundeará por tierra, en vista de que no puede demostrar
su ciudadanía. Expulsado de Bélgica, rechazado en Holanda, cruzará por Francia,
con su correspondiente episodio en París, y tendrá una estancia agradabilísima
en España, en donde por fin se embarcará en el Yorikke, más por la superstición de que no puede negarse a ejercer
su oficio de marinero so pena de mal presagio. De allí que caiga en la trampa
que se le tiende. El tal barco no sólo da la imagen de la muerte, sino que al
interior hay un misterioso reducto al que no tienen acceso los marineros,
núcleo donde caen los expulsados de ese infierno cotidiano. Aún hay algo peor
que el profundo noveno círculo, pues todos saben que allí está la estancia
última en caso de que defeccionen o les gane la curiosidad. Se decía que
Se trataba de los restos de
una tripulación anterior que había sido devorada por las ratas. Éstas, grandes
como gatos, se dejaban ver muy a menudo cuando salían de su escondite a través
de un agujero que nunca llegamos a descubrir. Las ratas corrían por los
camarotes en busca de comida o de algún zapato viejo y desaparecían tan rápida
y misteriosamente como habían aparecido. Aquellas enormes bestias salvajes nos
causaban un gran pavor, pero nunca pudimos atrapar a ninguna de ellas. Eran
demasiado listas y rápidas para nosotros.
Finalmente en el Yorikke hace un amigo, Stanislav, quien también ha sufrido la peste
de la burocracia, pues nació en un territorio que fue alemán y después de la
guerra fue polaco. Los dos Estados, a través de sus ágiles plantígrados, le
niegan la nacionalidad. Lo mantienen en el exilio obligatorio, condenado a
poblar alguno de los barcos de la muerte donde se arraciman los proscritos del
mundo.
Ni Gales ni Stanislav sufren la peor
suerte de Paul y Kurt, ambos, muertos con piel y músculos chamuscados después
de una explosión de calderas. Idean escapar, volver a circular por el mundo,
desafiar al orden y a la estupidez de los nacionalismos burocratizados, no sin
antes salvar su paga, que son tan reacios a entregar las autoridades del Yorikke. No les alcanza la suerte, en un
paseo por un puerto son atrapados y recluidos en el Empress of Madagascar, una belleza de barco destinado a estallar,
pues es mucho más rentable el cobrar el seguro que invertir en una nave que
está condenada a ser restañada siempre sin posibilidad de salud permanente.
Como ciertos personajes medievales este
marinero no tiene nombre, y cuando lo adquiere bien lo inventa, y lo remite a
Alejandría, o bien lo deja en una especie de interjección, Pippip, recordándome
a alguno de Dickens. Nunca recuperará con el nombre la fama y la gloria. Sólo
la muerte conduce y retira del mundo a estos personajes, condenados a la
marginación y el olvido. Sin embargo, Traven los trae al lector y con dureza
condena al mundo de la productividad, de la vigilancia ideológica y de la decadencia
de los intereses nacionalistas. El humor en Traven llega a ser vitriólico
cuando los personajes topan con la cortina de la decencia burocrática que les
niega el derecho a la vida.
B. Traven no es el escritor mejor leído
en México. Gozó de singular fama entre un amplio público, aunque creo que
también padeció de la desconfianza de los círculos de vanguardia. Más cuando se
llegó a creer que era Esperanza López Mateos, hermana del presidente de México.
El
barco de la muerte se publica en alemán en 1926 y en
inglés en 1934, al parecer con ligeras variaciones que complican la definitividad
de la versión. Ignoro cuál es la de Montesinos y si tiene diferencias con
respecto a la edición mexicana que fue de Compañía General de Ediciones y a la
muy reciente de Acantilado.
Esta novela se publica el mismo año que El castillo y un año después de La paga de los soldados, Manhattan Transfer y El proceso. La novela se ubica así lejos
de los experimentos de la generación perdida, pero funciona mucho más como
puente entre el castigo de Kafka y el cuarto 101 de Orwell.
Al mismo tiempo, habrá que pensar si se
ha leído a Traven dentro de la tradición latinoamericana anterior a la llamada
novela cosmopolita, es decir con tintes regionalistas y estructuras cercanas al
naturalismo. En el caso de El barco de la
muerte esta lectura es injusta y equívoca y basta su ambigüedad de origen
(¿es alemán?, ¿es norteamericano?) para pensarla y explicarla con relación a la
novelística que se escribió esos años y en esos países.
Aquí se respira un profundo aire
anarquista, una denuncia de la sinsalida a que llevaron los nacionalismos
decimonónicos y que se pusieron en evidencia en la primera gran guerra. Pero
sobre todo plantea un escepticismo frente a la lógica de la Razón y a la
carnicería ideológica. Los años que vinieron le dieron la razón a Traven en
Europa, entre los países socialistas, en las dos Américas y en el mundo.
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