En 1965 todo se complica: Ace Books, de Estados
Unidos, decidió lanzar una publicación masiva en tapa blanda de los tres
volúmenes de El señor de los anillos, y
aquí empieza lo grotesco, sin, insisto, SIN pagar derechos de autor a J. R. R.
Tolkien (…) amparándose en el hecho de que el presidente Eisenhower (…) no
había estampado su firma en la ratificación del Convenio de Berna.
Santiago Posteguillo
Entre los enfoques recientes que tratan la literatura, sin duda alguna
el de Pierre Bourdieu ocupa un lugar especial, porque atiende a prácticamente
todas las dimensiones del fenómeno, incluyendo a los actores. Y en este caso
actores no son sólo los escritores, poetas, novelistas, ensayistas. Incluye a
factores fundamentales de la producción, distribución y consumo dentro del
campo. De allí que aparezcan traductores, editores, correctores, agentes,
editoriales, distribuidores, vendedores, quioscos, librerías, tiendas de
autoservicio, bibliotecas, escuelas, premios, suplementos, críticos. Y claro,
autores y obras.
Está también la relación de la literatura
con otras áreas. Pensemos en territorios de bonanza. Durante muchos años se vio
que la literatura brindaba material para otras disciplinas, industrias y arte.
Freud, el cine y el teatro saben de esto. Ahora también tenemos que reconocer
que el cine hace populares y ricos a los autores. Rowling es un ejemplo, el
nacimiento puro de una autora; Tolkien es el caso de un autor que pasa del
culto al consumo masivo. E incluso el poder y la raza son esenciales en el
fenómenos de las memorias de Obama, las cuales no son sin duda un producto
literario, pero sí un fenómeno editorial importante.
La
noche en que Frankenstein leyó el Quijote. La vida secreta de los libros, (Barcelona, 2012, Planeta, 230 pp), generoso obsequio de la viandante
de la madre patria, lingüista y pata de perro, Diana Villagrana Ávila, rescata
(construyéndolas) diversas historias en torno a autores, obras y condiciones de
la época. Va desde el origen de la clasificación alfabética hasta el libro
electrónico. Producto de un autor que sabe de las bondades de la industria
editorial y del acceso al gran público, estas historias nos permiten acercarnos
al misterio de la literatura y de sus protagonistas. El título es indicativo de
la unión entre Cervantes, nuestro máximo escritor y Frankenstein, lo mismo producto
del romanticismo en su fase propositiva que del escepticismo que se genera
después del fracaso de las revoluciones y del cambio de los movimientos
libertarios en sistemas.
Posteguillo nos acompaña a los trabajos
de Zenodoto para acomodar los libros de acuerdo aun orden alfabético y a la
fundación de la ciudad de Dublín, paraíso e infierno de notables escritores y
seno de la lucha antiimperial. Vagabundea por la suerte del Lazarillo de Tormes y asedia a
Shakespeare en torno a su nebulosa autoría, que de ninguna manera regatea la
grandeza de la obra. Va a la cárcel y a la pobreza de Cervantes y a la ruina
del más famoso escritor de novela histórica (pie del que cojea Posteguillo,
autor exitoso), Walter Scott y del negro literario de Dumas, Auguste Maquet.
Si Cervantes no conoció la gloria
literaria en vida, José Zorrilla hubo de naufragar varios años en el limbo de
la Academia, hasta que hizo a un lado su resentimiento y se permitió hablar en
verso. En la cocina del romanticismo se alían el Quijote y Frankenstein:
En la
“Historia del cautivo” del Quijote, un cristiano secuestrado en un país
musulmán es rescatado por una musulmana que está dispuesta a abrazar la fe
cristiana desposándose con el cautivo cristiano al que va a ayudar a escapar;
mientras que en la novela de Mary Shelley la monstruosa criatura creada por el
doctor Frankenstein conocerá a Safie. Las conexiones entre ambos relatos son
evidentes.
La ceguera de los profesionales de la
industria editorial se cuenta en las peripecias de Orgullo y prejuicio de Jane Austen, mientras que Dostoievsi en 26
días limpia su vida de deudas y aporta un nuevo libro, El jugador, para la construcción del siglo de oro literario ruso. Rosalía
de Castro es llevada de la mano de la oscuridad de origen a su coronación como
escritora. Y Charles Dickens aprovecha su voz y sus dotes de locución para
promover sus obras en los Estados Unidos.
Ni Pérez Galdós ni Àngel Guimrà ganaron
el Nobel, en otros tiempos acaso se estorbaron, con el tiempo confluyeron en
una esquina que forman calles con su nombre. Y está el asesinato de Sherlock
Holmes a manos de su autor Arthur Conan Doyle y la reacción popular para que le
volviera a insuflar vida y así fue.
En tiempos de guerra, podemos ir a la trinchera donde un
tal Raymond Chandler espera el tiempo histórico en que se despedirá de una muñeca.
En la otra guerra, los nazis buscan los manuscritos de Kafka. Y se los llevan.
Aún hay la esperanza de que por allí se encuentren, de que la cultura le haya ganado
una pequeña gran batalla a la barbarie.
Las últimas historias son las del robo de derechos a
Tolkien y cómo ingeniosamente logró recuperarlos. El vuelo de Saint-Exupéry y
de Solzhenitsyn.
Y la salida es la (im)posible novela póstuma de Julio Verne
que aún ahora sería incómoda y despreciada en su lectura por su capacidad de
predicción. Y por si alguien piensa que los escritores son finos, asista a la
lista de los que han hecho de la sangre, elementos de iniciación en el acceso a
la escritura.
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