La conclusión del cronista [Martín Luis Guzmán]
resulta inescapable: “Se había hecho todo con tal desorden y tal falta de
preparación, que a no ser por la pasividad y el optimismo de las autoridades la
sublevación hubiera fracasado desde el primer momento”.
Adolfo Gilly
En la historia de los absolutos en que solemos acomodar nuestros
relatos, suelen esconderse o resaltarse los actos de duda, derrota o
arrepentimiento. La abjuración de Hidalgo, por ejemplo. Se puede servir con
esto a la historia de bronce, a la de facciones, a la explicativa o a la nueva
historia. Creo que prefiero a cualesquiera siempre y cuando esté bien escrita,
conserve la intriga narrativa, la convivencia de la verosimilitud y la verdad,
la creación de un mundo posible.
Entre los hechos históricos más claros
para el común ciudadano mexicano, quizás ninguno tan claro y tan documentado
como el del sacrificio de Madero, aunque el núcleo de la frase ya lo carga.
Diré más bien que hubo una vez un hombre que generó una pelotera y tumbó a un
presidente que lo había sido por más de 3 décadas y luego se dedicó a crear
todas las condiciones posibles para su renuncia y muerte. La historia tiene
todos los ingredientes para el enaltecimiento del bronce, para la furia de las
facciones, para sacar la historia al terreno de las estructuras y las
explicaciones y para una nueva historia que trate de rescatar el hecho para muy
diversas funciones entre las que destaca la degustativa (cosa terrible es este
acontecimiento lleno de balas, asesinatos, traiciones, dobles discursos).
Madero ya había renunciado, dirán unos. Lo
había hecho encarcelado, dirán otros. Con Cada
quien morirá por su lado. Una historia militar de la Decena Trágica (México,
2013. Era, 198 pp), Adolfo Gilly nos mete a un singular ejercicio que bien pudo
llamarse Crónica de una muerte anunciada o
bien De cómo se demuestra que el escritor
Gabriel García Márquez estuvo en la Ciudadela y otros lugares inconfesables
durante la Decena Trágica. El libro de Gilly bien pudo comenzar. “El día en
que lo iban a matar, Francisco I. Madero
se levantó a las 5.30 de la mañana” o una variante más fidedigna y acorde a la
condición de preso.
El libro de Gilly se enfoca en el ejército.
Esa institución que defiende un orden. El problema es que es una institución
heredada del ejercicio de un largo poder y se resiste al cambio. Pero el
ejército mismo en las condiciones de triunfo de un nuevo gobierno está dividido.
Gilly lo separa en dos figuras representativas: Victoriano Huerta y Felipe
Ángeles. Para éste la solución está en la reeducación y la modernización de los
soldados, el regreso a una ética elemental que salvaguarde a la patria antes
que a los intereses de grupo. Para Huerta el ejercicio está en los actos, en
los triunfos, en el nada detrás del enjambre de intereses sociales. Y por si
fuera poco están las figuras del porfirismo: Reyes, Mondragón, Díaz.
Entre este combate al interior del que sale
triunfador Huerta y el levantamiento de la Ciudadela, que le permite ser el
doble agente: el principal soldado maderista y el principal interlocutor de los
levantados en armas, está, por supuesto, el agente extranjero, el embajador
norteamericano, entre intermediario y manejador de títeres. Están también el
diplomático cubano, más hablantín que protagonista (qué importante es ahora que
haya hablado-escrito su versión) y un embajador chileno que pudo haber llevado
a Madero al exilio. Chile y México, 1913 y 1973, paralelos de la historia.
En este juego en el que Madero se aleja de
la fuerza zapatista, aunque termina mandando a Ángeles a la zona, y en el que
el propio Madero se acerca al vencedor del norte, Huerta, antes feroz atacante
de Zapata, es intensa la narración cuando el presidente va a Cuernavaca y
conversa con Ángeles, de hecho lo traerá a la capital a convertirse en
cuidadorcillo de una batería inofensiva contra la Ciudadela, sujeto entre la
bonhomía presidencial y el instinto de Huerta. Ángeles ve por la seguridad de
Madero y éste por la de su familia, el camino se antoja seguro: la derrota y la
muerte anunciadas. Madero hará lo suficiente para acercarlas cuando amenazan
con dejarle en paz. Por lo pronto el presidente se pone en otras manos:
“Señora King, el presidente no
debe quedarse en un domicilio privado. Su vida peligra. Queremos que usted lo
reciba bajo la protección de su casa y de la bandera británica mientras dure su
estadía en Cuernavaca” […] “Me envió con usted el general Ángeles y me dijo que
sabía que usted haría cuanto pudiera por ayudarnos”.
[Kumaichi Horigoutchi, encargado de negocios de Japón] “Al atardecer de ese día la señora, los
padres y las dos hermanas del presidente Madero, acompañados de sus respectivas
familias y servidumbres, en número de más de treinta personas, se refugiaron en
la legación de Japón”.
Huerta se va a imponer sobre su pálido
antagonista, sea el militar Ángeles, sea el presidente Madero. Logrará la
unidad del ejército y cuando lo alcance la derrota tendrá las habilidades para
salir del país. Logrará también la conjunción de fuerzas políticas necesarias
para que su golpe de Estado superviva durante 17 meses. Desde luego, el norte
estará pronto a levantarse, resistir y avanzar. El sur se defenderá en la
medida de sus alcances y lemas y Ángeles podrá escapar por un pelito de la
muerte y tendrá el gusto de saborear tanto la petición de los militares asustados
ante la toma de Veracruz y el desfondamiento de la milicia huertista en
Zacatecas.
Confieso que había vivido un excelente
relato del episodio en la Historia de la
Revolución Mexicana de Silva Herzog, pero esta nueva trama de Adolfo Gilly
con las aportaciones y desvelamiento de la historia en torno a nuestro gran
mito del siglo XX no tiene desperdicio y permite una actualización de muchas
cosas; en primer término, degustar un excelente relato.
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