Un día le obsequié un par de peinetas y me
dijo:
—Ya tengo.
En otra ocasión le regalé una blusa negra y la
puso a un lado:
—A tu
papá no le gusta que me vista de negro, porque es ropa de luto.
Ya mayor le llevé mi primer libro publicado y
lo dejó en el buró:
—Luego lo leo.
Vicente Leñero
Más gente así (2013, Alfguara, 255 pp) no sólo continúa la labor del libro Gente así 2008, sino que parece pedir
más personajes con características similares. La clave de esto está en la unión
entre literatura y vida. Personas que son personajes, referencias que sólo
quedarán para mí en el papel, como personajes y no como las personas que son o
fueron, segmentos de vida que transitan a la ficción, ficción que se cubre con
la realidad de todos los días, cotidianidad de lo excepcional, excepcionalidad
de lo cotidiano.
La galería se mide en 15 puertas que Vicente Leñero
construye verbalmente para que el lector se introduzca en cada una de las
habitaciones para vivir una experiencia, no a la manera kafkiana de angustia, o
quizá incluso esta posibilidad sin que nos pueda retener, porque nos llamará a
volver al pasillo, a continuar el paseo, el acceso a esos mundos. Circulan por
sus páginas Carmen Ballcells y José María Morelos y Pavón, la primera como la promotora de escritores de
mayor éxito en el mundo de habla hispana (su catálogo está coronado por Gabriel
García Márquez y Mario Vargas Llosa, antes tan amigos y ahora tan renuentes
siquiera a saludarse), un mundo de “posiciones y disposiciones”, dijo Bourdieu,
de luchas intestinas, de independencia al interior del campo y de dependencia
final del mundo del dinero. Leñero dice que ante la inaccesibilidad al mundo de
la uvas, qué pena, sólo queda decir que estaban verdes. En cambio el héroe de
la Independencia se muestra como hombre de su tiempo, estratega de primera, y
atado al destino de una dama que se le fue con otro: se encontrarán cuerpo a
cuerpo ella y él, también el seductor o el ladrón. También eso corre por la
historia.
Con Frank Alexander vivimos la guerra entre iglesias en
Estados Unidos, la lucha por este territorio donde lo simbólico y lo cultural
se suelen anteponer a lo económico. Habrá aquí necesidad de un reciente
spitfire. Después salimos del territorio de la caza y entramos al de la casa, a
la huella familiar. El de las uvas verdes dibuja la figura materna, allí late
el corazón desbocado de los Edipos. Se regodea en él, o se escabulle o, por qué
no, se llora, entre la reverencia ciega o la cicatriz del doble vínculo. Y para
enfriar la travesía, qué mejor que asistir a la lucha entre los personajes de
Agatha Christie, escritora prolífica, actriz que llevó a la vida el drama de su
desaparición en pleno divorcio. ¿A dónde irá herencia? No hay crimen, sí hay
falta.
Don Benito, en cambio, ajeno a apellidos a identidades,
pide limosna en una España donde el narrador intenta incidir sobre ajenos
guiones cinematográficos. La película está en otra parte, en ese personaje que
oculta un crimen y defiende a una mujer. Y si de buscar tesoros se trata, se
podrá ir en pos de Eduardo Martínez Urrea, hasta conocer su desenlace en el
periodismo de sangre, para culminar en la sangre de Larrea, el escritor español
decimonónico, por una mujer ajena y que pide el poeta le guarde el secreto de
la entrega, mientras José Zorrilla escribe unos modestos poemas fúnebres que le
sirven de catapulta a la fama. Y para rematar, vendrán en pos de un tal Vicente
Leñero, un tal H. J. K. que pide la aclaración de un detalle editorial en la sesentera
novela Garabato.
Por si extraña la ciudad de tiros y balas, puede uno ir al
calvario o al cadalso del cardenal Posadas, en el inicio de nuestra actual dieta
de sangre cotidiana o más amablemente asistir a una imposible/posible entrevista
con Graham Greene, y seguir con uno de los libros del inglés, uno de los
llamados libros vituperadores de lo mexicano, Caminos sin ley, aunque en realidad trayendo a nosotros algo de la
personalidad del exiliado español Otaola o del atormentado pintor Cantú o al
fondo siempre la voz reflexiva del narrador/autor con respecto a los dobles
vínculos sean maternales, sean de la representante literaria, sean de los
dominadores del campo literario:
Siempre sentí, con paranoia
posiblemente injustificada, que el jacobinismo de nuestro ambiente cultural
durante mis primeros años de escritor me convirtió en persona non grata por
católico, por mocho, por conservador. No sé si fueron razones ideológicas, más
que literarias —tomando en cuenta además mi temperamento de suyo solitario— las
que me hicieron a un lado.
Podremos, a punto ya de agotar las puertas, asistir a la
vida de Humberto Murrieta, quien enfermo se dedica a vivir, a viajar, aunque
los males lo alcanzan, lo debilitan, pero regresará a morir en su casa. U optar
por la vida ansiosa de la opinión unánime del escritor Benjamín de la Garza,
rico, hijo de papá, intolerante a las puntualizaciones de Rafael Ramírez
Heredia y obsesionado por hacer entrar en razón al gran crítico de su tiempo,
El Sapo.
Y ya nada más nos queda la puerta del amor, binomios que
giran en torno al encuentro y pagan cara la osadía en una plaza mexicana de un
dos de octubre que no se olvida.
Qué nos queda. Hacer lo que nos dé la gana. Regresar a cada
uno de los cuartos, examinar en la habitación, preguntarnos por detalles o
enigmas, darnos de cabeza contra la pared que cierra el camino o simplemente
regresar sobre nuestros pasos, respirar libremente y confundirse en la vida.
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