Así, tras un año memorable de dolor, los calmucos
fueron restaurados en sus posesiones territoriales y en un bienestar igual o
quizá superior al que disfrutaran en Rusia, y con mayores ventajas políticas.
Pero igual o superior, su condición ya no era la misma; su prosperidad social
se había modificado, si no en grado al menos en calidad, pues en lugar de ser
un pueblo puramente pastoral y vagabundo, ahora las circunstancias lo obligaron
a depender fundamentalmente de la agricultura.
Thomas de Quincey
Al parecer motivado por una nota al pie de página de la Decadencia y caída del Imperio Romano de
Edward Gibbon, seguida de una consulta del referido libro de los jesuitas en
Pekín y otro del viajero alemán Benjamin Bergmann (refiere Luis Loayza en el
“Prólogo”) Thomas De Quincey promete en 1830 un escrito que aparece hasta 1837
sobre la emigración de los calmucos del este del Volga, en Rusia, a la frontera
china, cerca del desierto de Gobi, acaecida entre enero y septiembre de 1771.
El producto se presenta como La rebelión
de los tártaros (Madrid, 2005. Alianza, 103 pp.). El título completo es Rebelión de los tártaros o huida del Khan de
los calmucos y su pueblo de los territorio de Rusia a las fronteras de China.
De Quincey produce una obra en que el
hecho histórico existe, pero no está suficientemente documentado, de allí que
imagine lo que sucedió después del asentamiento de los calmucos en Rusia, sus
relaciones con el Imperio y sus intentos de ir a otras tierras, todavía con el
sello de instintivo pueblo nómada, de las luchas por el poder y de las
designaciones imperiales. Después dibuja la partida de las orillas del río
Volga, la travesía por las estepas de Asia Central hasta llegar a China.
La obra, pues, presenta la particularidad
de ser de ficción, pero ilumina sobre un acontecimiento histórico. Es un genial
aporte de cómo en realidad el historiador reconstruye, imagina, traiciona, el
dato para construir un relato. La intriga de este corte es lo que hace al gran
relato histórico, sin negar las reglas propias de su disciplina. En todo caso,
para lo que aquí importa, donde se detienen los historiadores, entran los
novelistas o los ensayistas literarios a insuflar vidas, más en este caso en
que la dirección de los calmucos está dividida.
Por una parte está el joven de dieciocho
años Khan Oubacha, desde los catorce años Vice Khan, tradicional y cercano a
las directrices del Imperio Ruso; por otra parte, Zebek Dorchi, quien se
considera con más derechos y facultades para dirigir al pueblo, pero que no
cuenta con la bendición de la zarina. De allí que se dedicará a construir el
escenario en donde no quede más opción que la huida a China. Se apoyará en
Rusia, será la pieza de mediación, pero aprovechará esto para aparentar adentro
que el dominio es cruel y debe combatirse. Al interior, hará evidentes las
debilidades del Khan y, en contraste, exagerará sus virtudes.
En
general, le ganaban el apoyo del pueblo justamente en los aspectos en que
Oubacha era más deficiente. Zebek Dorchi era de apariencia muy superior a su
adversario reinante y por ello estaba más calificado para ganarse la adhesión
de un pueblo semibárbaro
Dorchi trama una triple venganza contra
Rusia por no estimar sus pretensiones al trono, contra su rival porque lo
considera inferior y contra los nobles por ignorarlo. Cuenta con tres aliados
para mantener el secreto: Oubacha, líder y rival; el Lama, por su posición
religiosa y su suegro Erempel, por su liderazgo en su tribu, situada estratégicamente
en torno al Mar Caspio. Ató los silencios necesarios.
Dorchi fuerza la
partida. Inicia la travesía de cuatro mil millas. A la mitad del camino han
muerto 250 mil almas, son perseguidos primero por los cosacos y después por los
militares rusos, a quienes se agregan los enemigos naturales: kirghizes y
bashkirs. Logran aprovechar las circunstancias y seguir adelante. Pero en un
momento del avance, justo después de que todo indica que regresarán a pedir
clemencia a Rusia, Oubacha está a punto de ser asesinado y es salvado por un
ruso que permanecía prisionero y a quien el Khan le había proporcionado los
medios de huida. Receloso de la suerte del jefe, a partir de un indicio en su
relato, sospecha que será asesinado y se mantiene cerca de la celada, de tal
manera que lo salva.
Después De Quincey acelera
el relato, condensa las dos mil millas restantes, hace salir a los
sobrevivientes del infernal desierto de Gobi y, cuando están a punto de llegar
a la tierra ansiada, al agua vivificante, son atacados con furia descomunal:
De pronto las aguas del lago se tiñeron de sangre por todas partes;
aquí corría una partida de salvajes bashkirs tajando cabezas con la rapidez de
un segador entre las mieses; allá los calmucos inermes ceñían en un abrazo
mortal a sus odiados enemigos, ambos con el agua a la cintura, hasta que la
lucha o el puro agotamiento los hundía y se ahogaban el uno en brazos del otro.
Llegarán a destino,
previo auxilio de las tropas imperiales. Y Oubacha habrá de captar la
benevolencia imperial y en cambio Dorchi morirá violentamente. El dubitativo
Khan tendrá ahora las condiciones que permitan que su pueblo lo valore en sus
cualidades más propias para desarrollar una cultura y empapar con sus
características la nueva tierra.
Si los serbios de Migraciones llegaron a Rusia a
desencantarse del sueño de siglos y sirvieron de carne de cañón y de escarnio
en la nueva tierra, en La rebelión de los
tártaros De Quincey muestra la fuerza del hombre, la transhumancia y la
sedentarización, la habilidad de los individuos que mueven pueblos para lograr
sus ambiciones, la sapiencia de los conservadores que son adelantados, porque
en mejores condiciones son magníficos líderes, la convivencia de las
contradicciones y el triunfo de los sueños, así éstos sean de los conductores
de pueblos.
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