El método de Maquiavelo es, en efecto, experimental,
descriptivo, ejemplificador. Pero es, sobre todo en los casos extremos —y El Príncipe es un caso extremo—, método
dedicado a afrontar conflictos.
Ramón Xirau
La semana pasada redactaba unas líneas sobre Yourcenar y su personaje
Zenón en el siglo XVI en Flandes. Me he encontrado felizmente un libro que
habla en buena parte de los mismos tiempos, mas entre los humanistas del sur de
Europa. Se trata de Ciudades de Ramón
Xirau. Peter Burke se refiere a esta distancia entre Maquiavelo y Erasmo, por
ejemplo y a la artificial distancia que encubre una unidad, un enfrentamiento
de búsqueda frente a un mundo indescifrable.
Ciertamente, la Reforma y la Contra
Reforma marcaron el ritmo de la vida en esos años, los que recrea Yourcenar,
pero en Italia la conjura fue silenciosa, el conflicto permanente y los ajustes
de cuentas cosas de todos los días, Maquiavelo escribe sus obras fundamentales
durante las segunda década del XVI, los años que, gracias a la literatura, ven
pasar la infancia de Zenón: así en la paz como en la guerra, parodia el Padre
Nuestro Cabrera Infante, así en la guerra de las ideologías o en la paz del
cuestionamiento de un orden, la Europa renacentista en Brujas o en Florencia.
Pero este libro no es una novela, tampoco
es un tratado, es un retador libro de viaje. El autor visita algunas ciudades
italianas en la década de los 60: Florencia, Siena, Amalfi, Capri, Venecia,
Verona, de allí su nombre, Ciudades. Editada
por primera vez en 1969 reaparece ahora en el Fondo de Cultura Económica (México,
2011, 128 pp).
Se llega a Florencia, en el corazón de
Italia, en el corazón del Renacimiento de la humanidad, se desciende a Amalfi,
la ciudad medieval y las huellas pictóricas. Se desciende aún más, a Nápoles, a
Amalfi y Capri, luego se cruza la península y se asciende a Venecia, para
terminar el viaje en el intermedio: en Verona, el paso entre Milán y Venecia.
Ciudades es un libro deslumbrante, porque aquí el viaje es ante todo cultural,
un seguimiento de las obras y las ideas de los hombres de otros tiempos y, por
supuesto, de los hombres actuales que han hecho posible su conservación.
También es un viaje por la naturaleza, de norte a sur, de sur a norte y de
oriente a occidente, formando la ruta un signo indescifrable.
Florencia es la ciudad de
Giotto,
Dante, Cimahue, Masaccio, Brunelleschi, Donatello, Maquiavelo, Boccaccio,
Guicciardini, Cellini, Ghiberti…; aquí Lorenzo el Magnífico escribió poemas a
la vida; aquí la Academia, deseosa de Platón y Atenas y medio hija de Bizancio
fue Grecia renovadamente milagrosa; aquí una palabra, dignidad”
De aquí salieron numerosas ideas a
clarificar y densificar las percepciones del mundo y del arte al resto de
Europa. El regreso de Platón al centro, por otro lado siempre presente y
releído siempre; el rescate de la cultura griega, los esbozos sobre la dignidad
y la libertad del ser humano.
Por las calles de Florencia se atraviesan
las construcciones y los testimonios de hombres en retirada de la vida
circular, aislada, corporativa, en busca de algo nuevo. No estarán exentos los
tiempos de la lucha por el poder y Maquiavelo nos entrega lo mismo La mandrágora que El Príncipe, la comedia donde todos salen ganando y el consejo a la
oreja del mandatario en busca de un más justo comportamiento. Pero, dice Xirau,
en el fondo de Maquiavelo hay la percepción negativa de la naturaleza humana,
la desconfianza, el brete de pensar que todo será inútil. Y está también esa
sabia idea que nutrirá el futuro: la administración del conflicto, el poder que
lo mismo se empobrece en la paz, que se enriquece en la guerra.
En Siena el viajero reconoce las fronteras perennes y
actuales, lo que imposibilitó la unidad antes y permite captar la diferencia
dentro de la nacionalidad actual. Siena es el recinto de la escuela de Duccio,
Lorenzetti, Simone, Martini, todos formadores de la escuela sienesa y a pesar
de la contemporaneidad de algunos con Dante, su práctica se queda en lo
medieval, mientras que éste se escapa de las delimitaciones temporales y abre
el camino para el futuro.
En Amalfi el regreso se acentúa, su fundación hacia el
primer medio milenio, su punto de paso y de contacto con los pueblos marinos,
su Tabula Amalphitana (código marino)
lleva al autor a recordar el origen de la lírica italiana en la que se
practicaba en Sicilia y a puntualizar el mismo origen de ésta con la lírica
toscana: la poesía provenzal y occitana.
En Capri es el mar, su preferencia por parte de los
emperadores romanos, en especial Tiberio (el retroceso parece tocar fondo), los
escalones fenicios, la residencia de Axel Munthe, autor de La historia de san Michelle y en este contorno en donde la
naturaleza parece dominar todo lo humano, el autor encuentra una librería y
compra un libro de Heidegger.
Se sube después a Venecia, de nuevo el furor renacentista,
la apertura, la lucha contra la cosmovisión anclada y la que no madura todavía.
El mar, por supuesto, los canales, forman parte de esta ciudad mítica incluso
para los hombres más sedentarios. Xirau regresa a la pintura: Bellini,
Carpaccio, Crivelli, Giorgione, Tiziano y Tintoretto. Pero de todas las
ciudades, Venecia se antoja la más difícil de entender, por su naturaleza
física y por lo que sus hombres hicieron, por lo que allí sucedió y por sus
efectos:
Por qué fue Venecia la dueña
de mares que no tocaba, tierras que no percibía, arcos del Mar Negro que, con
toda lógica, hubiera tenido que ignorar? Tan sólo otro hecho me parece
inverosímil como el del crecimiento de Venecia: el descubrimiento y conquista
de América por españoles y portugueses.
El
libro termina en Verona, con un pensamiento que lo mismo va de Catulo a
Shakespeare, que de Verona a Florencia o a Venecia y que brinca de la Verona romana
a la medieval, a la renacentista y a la plaza contemporánea que contiene a un
autor que habla (y nos seduce y nos hace hablar) de ciudades italianas.
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