]Efemérides
y saldos[
El Talayote:
sentidos, dialogo, memoria
Alejandro García
A ratos me parecía la de siempre, la que llegaba a la
casa trayéndome un regalo, y a ratos me parecía la nueva Belén que la noche
anterior había desanudado el nudo que mi mamá traía en el corazón.
Mirtila García Alvarado
He decodificado Cuentos de El Talayote (Instituto
Zacatecano de Cultura Ramón López Velarde/ CONACULTA, 247 pp.) de acuerdo al
orden de seducción de los textos, a lo que tienen de singular y de literario: los
sentidos.
El olfato (“El chichimeca”): “Empecé
a notar el olor de su cuerpo, el olor a
tierra mojada que iba desapareciendo en el breñal. Me di cuenta de que yo no
iba oliendo, sino bebiendo gustosamente su olor”.
La vista (“Palita”): “para que no
me viera Asmodeo. Cuando yo salía a la cocina o al patio era porqué él no
estaba en la casa; no quería exponerme a su mirada de cuchillo filoso”.
El tacto (“La niña tapada”): “se formó una plasta chiclosa con un hoyo
negro en el centro. Petre le dijo a mi mamá que no me bañara, porque aún tenía
los trasudores de la fiebre”.
El gusto (“La Cuerva”): “Le dio por
enviarme bebida. […] Me mandaba el tequila que para acompañar los chiles
rellenos, que el brandy para el desempance, o que el mezcal para el disgusto”.
¿Qué sentido está a punto de colapsarse o navega ya en la pérdida y la
buena lectura hace posible su desocupación, su pérdida de estrés, de
automatismo?
Después la lectura concientiza el diálogo. Siempre las narradoras de este
libro le han estado hablando a alguien, pero a partir de “Belén” la inserción
de voces es más notoria. En los primeros relatos siempre quedará la duda de si
existen los interlocutores; se siente que la locución va más dirigida a un
lector, de allí la importancia de los sentidos para escapar a una estructura
común. La abuela inserta su reclamo al hijo siempre violento, después inválido
y por último colgado en la casa materna, mecido por el viento que conoció de
sus fechorías.
En “Belén” el diálogo salva, saca la ponzoña del alma, la culpa ajena,
acaso la nostalgia del maltrato; en “El Mazacuate” no hay resignación, el mal
de un hijo no tiene explicación en la memoria de su madre, tampoco su suicidio.
El mejor ejemplo en donde la memoria se vive a través de los sentidos y
donde el diálogo se da en múltiples dimensiones está en “El Mimí”: “bañó al gato con agua tibia, lo enjabonó y
lo secó, luego lo puso en la cama y se bañó frente a él. Nosotros la espiábamos
por la ventana de su cuarto […] Cuando se sentó a secarse con la toalla, el gato
se le subió a las piernas, le pasó la cola entre sus senos y le acarició los
pezones con la nariz húmeda. Mi mamá se rió, solo una vez, cortito; luego su
rubor rosa le subió a la cara y se quedó quieta un largo rato, muy pensativa.
Algunas veces la habíamos visto acostarse boca arriba y ponerse unas gotas de
leche en el hueco del ombligo. El Mimí saltaba entonces a la cama y se ponía a
lamer con lengüetazas rápidos que la hacían reír. Otras veces, dejaba resbalar
la leche desde el ombligo a su concha, y el Mimí se ponía a lamerle despacio,
con su lengüita rasposa, mientras la cara de mi mamá se transtornaba”. El
diálogo está en la soledad de la madre
que busca desplegarse, en la soledad de hermanos solidarios en el voyeurismo,
en la visión igualmente voyeurista del pasado y en la fiebre desatada en el
lector que habrá de confrontar sus penas después de leer.
Queda el asunto de la memoria. Estas ocho mujeres quieren hablar, contar,
explicar, vivir, sentir, ser felices. La vida es dura, sólo se puede traer en
la memoria y en la palabra.
Cuentos de El Talayote es
expresión de la memoria, el hablar de la vida. “María Inés” es el extremo, el
marco desde el cual se funda el territorio, el edén subvertido. Es el texto más
riesgoso, el más sumido en la historia. Lo hace desde la orilla de la historia,
desde el infamado floresmagonismo, desde el sueño inalcanzable, pero lo hace y
con eso amenaza con dejarse tragar por la historia. Lo bueno es que aparecen
ciertamente la loca de la casa y la factura de la mano que lo mismo es
acariciada por la flor que derrotada por la espina.
Se va así del fuego de los 5 sentidos, pasando por el intercambio de
voces y palabras, al registro del tiempo arrebatado. Habrá quien, como yo, prefiera
los primeros textos, siga la literaturización del habla popular; habrá quien
acuda a la zona mitificada, mirtilesca desde hoy, de El Talayote, sus
habitantes, sus fronteras, sus orígenes libertarios, sus enconos regresivos.
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