]Efemérides
y saldos[
Muros fronterizos
Alejandro García
Bastardo no es el que no conoce a su padre, sino el
que no conoce sus referencias. De todas las ovejas negras, es la más patética y
la que menos se merece que la lloren.
Yasmina Khadra
No
es fácil reseñar este libro, está rodeado de luchas políticas y discursivas.
Desde 1948 en que se propuso la división del Mandato Británico de Palestina en
dos Estados e Israel se proclamó independiente y peleó con los árabes por el
territorio, el problema palestino se ha convertido en un continuo vaivén de
muertos y heridos, con la diferencia de que Israel parece tener la sartén por el mango.
La escritura tampoco ha sido un ejercicio fácil para
Yasmina Khadra, no una mujer, sino Mohammed Moulesseoul, ex comandante del ejército
argelino. Cuando dio a conocer su identidad provocó un escándalo y lo que se
veía como la denuncia de una mujer valiente, pasó a ser el acto cobarde de un
hombre que mordía la mano del amo. También ha sido controvertido el hecho de
que escriba en francés, la lengua colonizadora. Sus novelas, críticas de los
integrismos musulmanes en el poder, han levantado opiniones encontradas. Los
acontecimientos de los últimos meses parecen dar la razón a Khadra; sin
embargo, el exilio ha sido su camino, primero en México y ahora en Francia.
El atentado (Madrid,
2007, Alianza, 271 pp) está enclavado en la tormenta entre israelíes y
palestinos. Tel Aviv. El doctor Amín Jaafari, después de una terrible
explosión, pasa el día atendiendo a las víctimas de un atentado. En un
restaurante un kamikaze ha producido 19 muertos, 4 amputaciones, 33 heridos en
condición crítica, 40 que se han ido a sus casas, dice un informante. El
paquete incluye a un grupo de escolares. Pasadas las 10 de la noche, después de
soportar algunos retenes, llega a su casa y encuentra que su mujer no ha
regresado de Kafr Kanna, a donde ha ido a visitar a su abuela. El cansancio lo
vence. Horas después es despertado por el inspector Naveed, amigo suyo. Urge se
presente en el hospital. No se trata de una cirugía de urgencia. Amín tiene que
identificar el cadáver de su esposa. Ha sido quien se ha sacrificado por la
causa palestina o agredido al pueblo israelí.
Afloran las desventajas de Amín quien, igual que su
esposa (¿qué la llevó a esa decisión si parecía feliz?, ¿dónde surgió ese muro
fronterizo?) es palestino nacionalizado israelí. Tiene que enfrentarse a la
pena, al desconcierto, él está seguro de que ella estuvo en la hora y en el
lugar equivocados, y resistir los interrogatorios judiciales y las agresiones y
segregaciones de quienes se sienten traicionados y lo ven como agente del
enemigo, a él que goza de mayores privilegios que muchos judíos.
Amín, acompañado de su colega Kim y de discreta
protección de Naveed, sus dos ángeles guardianes, emprende la búsqueda de la
señal que no entendió. Reconstruye. Una carta que vino de Belén, donde ella
confiesa su razón. No se resigna, busca los elementos que rodean el misterio y
que empiezan a dar luz. Recuerda palabras: “¿Por
qué estás triste, amor mío?”, le pregunté. “No me gusta dejarte solo, cielo”,
me confesó. “Tres días pasan pronto”, le dije. “Para mí, es una eternidad”, me
contestó” (p. 181). Encuentra una fotografía de ella con el primo Adel, el
silencioso enrolador. Llega a Jerusalén, emprende las primeras escaramuzas en
Belén. Lo llevarán del rechazo a la violencia franca cuando se acerca a la
mezquita y al imán. Es éste el que lo tipifica como una oveja negra.
También irá a Yenín, a buscar el secreto, en parte mordido por lo celos.
La explicación siempre es dura, al margen del romance, el llamado de la patria,
la afirmación de una felicidad no compartida: Un islamista es un militante político. Su única ambición es instauran
un Estado teocrático en su país y gozar plenamente de su soberanía y de su
independencia… Nosotros no somos islamistas o integristas (…) Somos hijos de un
pueblo expoliado y humillado que luchan
con los medios de que disponen para recuperar su patria y su dignidad, ni más
ni menos (pp. 168-169).
En esa ciudad asediada, ya de por sí del otro lado del
muro, el que construyen los israelíes, no sólo estará muy cerca de la muerte,
sino que se dará cuenta de que siempre hubo una frontera entre él y Sihem.
Amín regresa al origen, pasa unos días en vida tribal,
con el patriarca, pero Wisam condujo un coche bomba contra un puesto israelí y
en represalia el complejo familiar es destruido.
Amín abre y cierra la novela con la reseña de un
atentado contra un jeque. Allí muere. Así cierra el círculo y los dos bandos
han ejercido violencia contra su otra mitad, hito versus hito.
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